lunes, 7 de mayo de 2012

Optimismo francés


La web del candidato socialista François Hollande está llena de promesas desterradas del discurso político en países como España: proteger los salarios, luchar contra el paro, dignidad del trabajo, porvenir, libertades, derechos o fomento de la cultura.

Ha llegado al poder y su fórmula mágica es un impuesto a las fortunas y un gravamen del 75% del IRPF para los directivos que ganen un salario por encima de los 500.000 euros anuales.

Su optimismo y su promesa de que cuestionará la política asfixiante de la canciller alemana, Angela Merkel, le ha hecho ganar el pulso a Nicolas Sarkozy, cada día más escorado hacia la extrema derecha que lidera la familia Le Pen, en un intento por arañar votos a un rival, el socialista, que aún no ha hecho guiños a la ascendente izquierda y que se define como “candidato de la normalidad” porque su principal caladero para la segunda vuelta de las presidenciales han sido los votantes de centro.

El camino del hombre llamado a proclamarse próximo presidente de la V República francesa sin más carisma que el que está encontrando por el hartazgo social con la Europa de Merkozy y su canina dieta de recortes, ha sido muy largo. Ya le cedió el puesto de candidata en 2007 a su novia de toda la vida, Segolène Royal, que lo dejó el mismo día que perdió las elecciones contra Sarkozy.
Cinco años después ya no había caballerosidad: la antigua pareja y otros tres candidatos más se batieron el cobre para sustituir en el cartel electoral a Dominique Strauss-Kahn, quien antes de su escándalo sexual estaba llamado a ser el líder socialista francés. 


¿Es creíble entonces este discurso de Hollande, tan centrado en la dignificación del trabajo, después de sustituir al exdirector gerente del Fondo Monetario Internacional? Esta contradicción, junto con el culebrón picante que, al menos visto desde fuera, parece la carrera hacia el liderazgo socialista y el hecho de que sus rivales se hayan desgastado antes de medirse con Hollande constituyen las sombras del retrato de un hombre fotogénicamente anodino, que hará que el palacio presidencial pierda el brillo couché de Carla Bruni como primera dama.


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